El triunfo de Gabriel Boric en Chile marca el ingreso de una nueva generación en el parnaso de los líderes de la izquierda latinoamericana.
Gabriel Boric dedicó toda su vida adulta a la construcción que lo llevó a la Presidencia de Chile con solo 35 años, en una escena que le plantea el desafío fundacional de superar la profunda fragmentación de la primera vuelta, trasladada al parlamento, para cimentar condiciones de gobernabilidad.
Chile, porfiadamente destacado como modelo ideal, platónico, por el liberalismo del continente, alumbró el domingo un modelo de orientación ideológica inversa, con un añadido: lo lidera el emergente de un movimiento complejo y revulsivo que comenzó a fisurar el sistema trasandino en 2006 con la “revolución de los pingüinos”, rebelión estudiantil que exigía educación superior gratuita.
Boric, estudiante de Derecho de la Universidad de Chile, militante del colectivo Izquierda Autónoma, con solo 20 años, fue uno de los protagonistas principales de esa manifestación, pila bautismal de una carrera meteórica.
En 2008 es elegido consejero de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. En 2010, presidente del Centro de Estudiantes de Derecho.
Entra al parlamento en 2011, como candidato de la Izquierda Autónoma, disidente de la dirigencia parida por la “revolución de los pingüinos”. Sus congéneres Camila Vallejo y Giorgio Jakson también son elegidos legisladores, pero por la coalición Nueva Mayoría, liderada por Michelle Bachelet.
Boric no es un “outsider” estrafalario, un invento mediático, un beneficiario de impulsos dinásticos o un aventurero, sino el genuino producto de un proceso social que quebró la dinámica de la transición chilena pos dictadura
En 2016, Boric funda el Movimiento Autonomista y cinco años después se encumbra en la Presidencia, tras derrotar por 20 puntos en las primarias al favorito de la alianza entre el Partido Comunista y el Frente Amplio, Daniel Jadue, y al pinochetista Antonio Kast en segunda vuelta.
La promocionada juventud del nuevo presidente chileno es solo biológica. En el reverso, lo intenso de su actividad política expone a un veterano que pasó en tres lustros de los márgenes al centro del sistema político chileno.
Esta conjugación es una novedad de fuste. Boric no es un “outsider” estrafalario, un invento mediático, un beneficiario de impulsos dinásticos o un aventurero, sino el genuino producto de un proceso social que quebró la dinámica de la transición chilena pos dictadura.
Un nuevo modelo de liderazgo, saludable como referencia para la izquierda latinoamericana por la expectativa que genera el recambio generacional.
“Si Chile fue la cuna del neoliberalismo en Latinoamérica, también será su tumba”, considera el flamante mandatario.
Acaso el potencial del camino que inicia como estadista deba aquilatarse en contraste con la foto del acto por el Día de la Democracia y los Derechos Humanos celebrado en la Argentina pocos días antes de su triunfo, en el que el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner buscaron arroparse en las glorias pasadas de “Lula” Da Silva y José “Pepe” Mujica.
Quizás la generación que llega con Boric consiga revitalizar los viejos pergaminos, acechados por la ultraderecha.