Crónicas herejes de la Virgen del Valle

Párrafos del capítulo “La gran taumaturga”, de la crónica “En las tierras de Inti”, de Roberto J. Payró.

 Enviado por el diario La Nación, Roberto J. Payró recorrió en 1899 Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy. La crónicas de ese viaje que publicó el matutino de los Mitre fueron reunidas en 1907 en un libro delicioso, “En las tierras de Inti”.

En homenaje a los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen del Valle, “El Estaño” ofrece algunos extractos del capítulo dedicado a su culto. Algunos tienen una impactante actualidad, aunque ningún Gobierno haya osado proceder a “la expropiación del Santuario”.

    “La estatuita, que apenas mide cincuenta y seis centímetros de alto, tiene un presupuesto que compite con el del Gobierno de la provincia y que amenaza ser mayor, por poco que siga soplando el viento del mismo lado”

“Tantos fueron esos favores, tal profusión de milagros realizó o le atribuyeron que, para desbrozar lo cierto de lo falso o simplemente dudoso, y a pedido del procurador general de la ciudad de Catamarca, don Leonardo Valdez, el Cabildo mandó practicar una información jurídica de dichos milagros. Esta grave diligencia llevóse a cabo poco después, declarando en ella más de cincuenta testigos, quienes dieron fe de innumerables actos de taumaturgia divina. La historia de estos actos tiene, pues, que haber llegado hasta nosotros completamente depurada, limpia de consejas, libre de exageraciones, y debemos creerla auténtica y veraz, aunque nos cuesta admitir, por ejemplo, que un ser tan egregiamente colocado y tan solicitado por graves cuestiones, descienda a menesteres tan ínfimos como quitar el dolor de muelas a un viajero”.

“Ni el más escéptico materialista puede negar que la Virgen del Valle haga milagros. Tenemos uno a la vista, actual, patente, indiscutible, y quizás el mayor de todos: llevar a Catamarca, dos veces al año, portentoso concurso de fieles que acuden de todos los rincones de la provincia y aún de las provincias vecinas, cargados de donativos y exvotos, con gran satisfacción del comercio en general y de los fomentadores del culto muy en particular (…) Algún Gobierno, más pobre o más ávido que los otros, ha debido soñar algunas vez en la expropiación del Santuario”.

“Si yo fuera autor de leyendas religiosas hubiera inventado más alto origen a la imagen, sosteniendo que la misma Señora la había llevado a Catamarca como prenda de amor a los infelices indios, ya que no puede suponerse que la dejara como premio a la filantrópica ternura de los conquistadores”

(Roberto J. Payró)

“Desgraciadamente, las ‘funciones’ atraviesan una crisis. Aunque el fervor no disminuya, las dádivas y los exvotos decrecen de una manera amenazadora. Cuéntase, con este motivo, que el director general del ferrocarril de Chumbicha a Catamarca preguntó a los jefes de estaciones más importantes por el número de peregrinos que salían de ellas, las causas que motivaban la disminución de los devotos, en la forma remuneradora de viajeros. Entre las respuestas más o menos atinadas, brilla la de un jefe, cuyo nombre siento no recordar porque se trata, indudablemente, de una persona observadora y aguda:

-Ello obedece, en mi opinión –escribía- a que los ricos no creen ya, y los pobres van a pie o en mula.

Ahora bien, si el jefe hubiera escrito desde Buenos Aires, capital de la República, donde las cosas pasan precisamente al revés, su respuesta diría:

– La afluencia es de ricos que van en espléndidos convoyes, porque los pobres no creen ya”.

 

“… recordemos que el lector ignora aún el origen del prodigioso simulacro. Partamos del principio de que, a este respecto, las opiniones son bastante encontradas, para añadir enseguida que hasta el momento prima la de Lafone Quevedo –tanto más digno de fe cuando que, según se me afirma, es un convertido-, quien cree que pudo dejarla en las alturas de Choya aquel famoso San Francisco Solano, cuya formidable huella se muestra no sé dónde en estas tierras del Sol, como la Buda, la del caballo de Boabdil y otras innumerables pisadas históricas. Dice también Quevedo que pudieron dejarla en el agreste sitio donde se la encontró por gracia divina, o el padre Bárcena, o los jesuitas Sansón, Cerecedo y Macero, que anduvieron por estos pagos, deslucidos ellos individualmente para dar lustre, esplendor y grandeza a su orden, como lo hacen por regla general. Si yo fuera autor de leyendas religiosas, preferiría la primera versión –en caso obligatorio-, pero hubiera inventado más alto origen a la imagen, sosteniendo que la misma Señora la había llevado a Catamarca como prenda de amor a los infelices indios, ya que no puede suponerse que la dejara como premio a la filantrópica ternura de los conquistadores”.

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