El poscastillismo

La caída de los candidatos del senador nacional Oscar Castillo en la interna radical abre un vacío cuya cobertura está todavía pendiente. Las generales afianzaron el embrión del cambio.

Un achique de siete puntos respecto de los resultados obtenidos en las primarias afianzó en la oposición catamarqueña el embrión de cambio plantado por derrota del sector liderado por el senador nacional Oscar Castillo.

Ex gobernador, articulador principal del radicalismo y el Frente Cívico y Social en la cumbre y en el llano, la gravitación de Castillo en la escena provinciana se extiende a lo largo de casi 35 años, desde que en 1988 promovió la expulsión de la conducción de la UCR que había pactado la reforma de la Constitución provincial con el saadismo y se apoderó de los resortes partidarios.

Desde ese espacio, se erigió en pieza clave para la caída de Ramón Saadi y aceitó el retorno de su padre, Arnoldo, al Gobierno de la Provincia en 1991, a la cabeza del FCS, en la apertura de un ciclo que se extendería dos décadas.

Llegó él mismo a la Gobernación en 1999, tras vencer a un Saadi que había recuperado el favor del presidente Carlos Menem, y comandó las maniobras para impedir que Luis Barrionuevo se impusiera en 2003, en una estrategia que incluyó el pacto con el kirchnerismo naciente que su sucesor, Eduardo Brizuela del Moral, rompió en 2009.

Ex gobernador, articulador principal del radicalismo y el Frente Cívico y Social en la cumbre y en el llano, la gravitación de Castillo en la escena provinciana se extiende a lo largo de casi 35 años

La derrota de Brizuela del Moral y el FCS en 2011 lo repuso como epicentro del entramado radical e interlocutor ineludible del flamante oficialismo peronista y aduana de los acuerdos con el PRO y la Coalición Cívica en la reconfiguración opositora.

Para este turno desistió de ir por un cuarto período en el Senado nacional. Es posible que olfateara el resultado adverso. Al dimitir, argumentó que quería evitar que su pertinacia en las candidaturas fuera el eje de la campaña cuando el radicalismo precisaba oxigenarse. Es decir: proponía una renovación en su espacio al mismo tiempo que arrebataba el argumento más insistente de sus adversarios internos.

Marita Colombo, su espada más penetrante, era la candidata a reemplazarlo, pero murió por coronavirus en ejercicio de la Presidencia de la UCR. El puesto recayó finalmente en el intendente de Belén, Daniel “Telchi” Ríos, y el armado se completó con la incorporación de Patricia Breppe, que se desempeñaba como decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Catamarca.

En el frente contrario se enfilaron el rector de la UNCA, Flavio Fama, en el casillero de senador nacional, y el diputado provincial Francisco Monti, postulante a la Cámara baja. La alianza anticastillista sumó además al PRO y la Coalición Cívica, y se quedó con el triunfo y la expectativa lógica generada por la caída de un liderazgo que parecía inexpugnable. Tal expectativa fue satisfecha en las generales: la diferencia con el oficialismo bajó de 20 a 13 puntos.

Para Fama, la victoria implicó remontar la pésima elección que había hecho como candidato de intendente de la Capital contra Gustavo Saadi en 2019. Monti, con un trabajo muy intenso como diputado provincial, hereda el comando del sector referenciado en el exintendente capitalino Ricardo Guzmán.

Son las caras más visibles de un proyecto todavía verde, con mucha construcción pendiente por delante para considerarse afianzado. Pasado el compromiso de las generales, en la que sufrieron una derrota previsible, hay que ver cómo se acomoda la relación entre los dos emergentes y de éstos con el resto de las tribus radicales, especialmente con el castillismo digiriendo el mal trago y todavía con el control de la Convención. La muerte de Eduardo Brizuela del Moral anonadó al Movimiento Renovador, el otro sector de peso determinante en la estructura de la UCR.

De la gestión de la peripecia radical depende la evolución del vínculo con las terminales catamarqueñas del PRO y la Coalición Cívica.

La caída de Castillo abre un vacío cuya cobertura está todavía en ciernes. No implica necesariamente un ocaso, es improbable se jubile de la política.

Sus antagonistas lograron lo que diversas componendas habían intentado alcanzar desde 2011 infructuosamente: agarrar el timón.

Sobre el destino no hay dudas: el Gobierno de la Provincia.

Resta conciliar las ambiciones para trazar el derrotero del poscastillismo.

 

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