La burbuja erótica

El siguiente es un extracto de “Memorial del Engaño”, de J. Volpi. Contribución de “El Estaño” a la educación financiera, ahora que está de moda.

“Como siempre ocurre con las burbujas –siempre es siempre-, tan parecidas a granos y espinillas, éstas crecen y se hinchan hasta que un buen día su pus te explota en media cara. Durante meses los bancos centrales de los Tigres Asiáticos habían mantenido tasas de interés en niveles irresistibles para los inversionistas extranjeros (el epíteto que preferimos para los chacales), provocando un oleaginoso flujo de capitales hacia sus economías. Como era previsible, esa repentina abundancia fertilizó sus índices de crecimiento y agudizó la especulación con sus divisas –por no mencionar los millones esquilmados por reguladores y politicastros-, hasta que sus cables se sobrecalentaron y el tinglado estalló como uno de esos fuegos de artificio que tanto asombran a los nativos sin que a sus líderes les quedara otra salida que llamar en su auxilio a los bomberos del FMI. (Bomberos que, perdonen que lo diga, son más bien pirómanos).

(…)

Quien reclutaba a las muchachitas o a los muchachitos más hermosos, más aniñados o más dulces tenía las de ganar

“¿Qué puedo decir excepto que las calles de Bangkok eran un paraíso para los adalides del laissez-faire? El Estado, si existía, no intervenía en esa zona del mercado. Como si se tratara del sueño cumplido de mi adorada Ayn Rand, aquí los empresarios creativos triunfaban sin que la voz de los débiles perturbase sus conquistas. Los más listos se convertían en dueños de bares, garitos y clubes de alterne; unos y otros competían entre sí sin que ninguna molesta autoridad frenase su vigor capitalista. Quien reclutaba a las muchachitas o a los muchachitos más hermosos, más aniñados o más dulces tenía las de ganar: más clientes y más inversión extranjera para su negocio.

A lo largo de esas deliciosas jornadas me zambullí en una investigación de mercado que arrojó resultados nada sorprendentes: la proliferación de turistas y exploradores de los más lejanos confines del planeta, con sus fajos de dinero contante y sonante –y sus hormonas tope- no había provocado un alza significativa en el precio de los servicios prestados, sino el aumento en el número de burdeles y prostíbulos, los cuales pronto colonizaron los pintorescos barrios adyacentes a la zona roja. Todo tailandés con un dedo de frente se convenció de que estas microempresas eran el camino más directo hacia la riqueza y miles de visionarios pidieron prestadas ingentes sumas de dinero (por lo general a mafiosos y extorsionadores de la peor calaña) a fin de construir más de esos templos de placer. Una típica burbuja. Una burbuja sexual que, como todas las burbujas, nadie quiso mirar.

‘Creímos que los clientes llegarían sin fin’, me confesó el atribulado dueño del Club Tres Dragones en un inglés selvático, ‘no había motivos para adivinar una repentina disminución en el número de visitantes extranjeros’. Por supuesto que no. Se trataba no solo del negocio más antiguo del mundo, sino del más seguro y eficiente, o al menos era lo que repetían esos capitalistas tropicales. ‘Los americanos y europeos podrán privarse de cualquier cosa, menos de un chochito’. Y quizás estos genios de las finanzas lúbricas hubiesen tenido razón de no ser porque su pequeña burbuja estaba contenida en otra mayor, la burbuja económica tailandesa, que a su vez era parte de la gigantesca burbuja asiática.

Una típica burbuja. Una burbuja sexual que, como todas las burbujas, nadie quiso mirar

Un buen día, sin previo aviso, los clientes escasearon. Primero lentamente y luego de forma acelerada, las hordas de gordos turistas alemanes, franceses o nipones dejaron de descender de sus yates, aviones y limusinas con sus pantaloncillos floreados, sus cámaras digitales y sus vergas enhiestas (y sus marcos, sus yenes, sus libras o sus dólares), provocando una desoladora contracción del mercado. ¿Y los miles de listillos que habían solicitado préstamos a mafiosos y extorsionadores, convencidos de que en un santiamén nadarían en dinero? Unos terminaron el fondo de la bahía, con plomos atados a los tobillos; otros se convirtieron en esclavos de los prestamistas; y otros más se refugiaron en las marismas del interior.

– ¿Creen que es posible extraer una moraleja de este relato de sexo y avaricia?- les pregunté a Stephen y Vikram al término de nuestro recorrido.

El indio se alzó de hombros. El americano ni siquiera se volteó a ver.

– La lección no radica en moderar los impulsos, en no dejarse cegar por la demencia colectiva o en eludir a los mafiosos –los instruí-. Las burbujas han estado y estarán siempre allí, multiplicándose de un lugar a otro. Lo que tenemos que hacer es tratar de escapar de ellas en el último segundo.

– ¡Qué lucidez la tuya!- se mofó Stephen.

Aquella burbuja erótica, tan parecida a la burbuja económica que la envolvía, se convirtió a mis ojos en el precedente de las que continuarían agitando y estimulando la economía del planeta en los lustros sucesivos. Tal como le reporté a J.M. a mi regreso, el error de LTCM había sido el mismo que el de cualquiera de esos rústicos empresarios de burdeles. Habíamos detectado la burbuja en un buen momento y habíamos ganado cantidades exorbitantes en ella, pero nuestros galácticos teoremas no nos habían prevenido sobre cuándo abandonarla”.






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