Con su renuncia a competir por la Presidencia, Macri priva a sus antagonistas internos de la posibilidad de legitimarse derrotándolo en las PASO. Pero además, expone la inconsistencia política de Alberto Fernández
Antes que la supuesta traición a Cristina Kirchner, el peronismo le endilga a Alberto Fernández el cargo de deserción, por haberse negado a acaudillar un proyecto que contrabalanceara al kirchnerismo en la ecuación del Frente de Todos. La renuncia de Macri a competir por la Presidencia hizo más ostensibles las consecuencias políticas de esa defección.
Las celebraciones del PRO a la generosidad del renunciamiento omiten sus aristas mezquinas: Macri priva a quienes podrían desplazarlo, principalmente a Horacio Rodríguez Larreta, de la posibilidad de legitimarse derrotándolo en las PASO. Algo similar a lo que Carlos Menem pretendió hacer en 2003, cuando desistió de ir al balotaje con Néstor Kirchner.
Asegura de este modo su vigencia en el firmamento de Juntos por el Cambio mientras los múltiples coroneles del sector dirimen sus diferencias, al mismo tiempo que se preserva para tratar de gravitar sobre el orden jerárquico que surja de la contienda entre, hasta ahora, los macristas Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal y los radicales Gerardo Morales y Facundo Manes.
También refuerza el cerco del corral opositor ordenando la interna y se corre de la línea de fuego del peronismo, mientras el Frente de Todos acelera su dinámica hacia la fragmentación de la granada.
Macri priva a quienes podrían desplazarlo, principalmente a Horacio Rodríguez Larreta, de la posibilidad de legitimarse derrotándolo en las PASO. Algo similar a lo que Carlos Menem pretendió hacer en 2003, cuando desistió de ir al balotaje con Néstor Kirchner
La granada
El cristinismo aprovechó la renuncia para volver a demandarle a Fernández que desista de sus aspiraciones reeleccionistas. De puro afanosos, no tuvieron inconvenientes en concederle al odiado Macri la equiparación de su conducta con los gestos de grandeza que tuvo Cristina en 2019, al cederle a Fernández la cabeza de la lista presidencial, y el año pasado, al anunciar que no sería “candidata a nada” para no exponer al Frente de Todos a desgastes, luego de que la condenaran por corrupción.
O sea: Cristina ya tuvo dos “gestos de grandeza”, Macri hizo lo propio y ahora le toca a Alberto.
Lo que termina de iluminar la renuncia de Macri son las carencias del oficialismo para afianzarse en la declinación de la antinomia kirchnerismo/antikirchnerismo, o macrismo/antimacrismo, agotada por su esterilidad para revertir una decadencia que se extiende desde hace más de una década.
La renuncia de Macri ilumina las carencias del oficialismo para afianzarse en la declinación de la antinomia kirchnerismo/antikirchnerismo, o macrismo/antimacrismo
Candidatos en el crepúsculo
El macrismo tiene al menos tres candidatos competitivos a nivel nacional para suplantar a Macri en el crepúsculo del ciclo: Rodríguez Larreta y Vidal en el cuadrante del centro político; Bullrich en la derecha, hacia el extremo. Los radicales Morales y Manes confluyen también en el centro, lo mismo que Elisa Carrió.
El kirchnerismo en cambio, no tiene reemplazos para Cristina.
El desesperado “operativo clamor” para que se postule a algo es instigado por el tendal de huérfanos que dejará desamparado en la cruenta interna peronista si su figura no tracciona desde alguna boleta.
Los postulantes del Frente de Todos para la moderación del centro, aparte de Fernández, experimentan la mella simultánea del fracaso de la gestión y las dificultades para desafiar abiertamente a Cristina sin que el cristinismo los incinere.
Estos déficits adquieren relieves trágicos debido a la deserción de Fernández, que se pasó el mandato fluctuando entre la impostación de autonomía y la obsecuencia reptil hacia la Vicepresidenta sin acumular en función de un objetivo que él mismo había propuesto al asumir.
Macri deja librada al resultado de las PASO la definición de una oferta de Juntos por el Cambio decididamente volcada a la derecha, tipo Bullrich, o más moderada, al estilo Rodríguez Larreta
Liderazgo antigrieta
“Tenemos que suturar demasiadas heridas abiertas en nuestra patria. Apostar a la fractura y a la grieta significa apostar a que esas heridas sigan sangrando. Actuar de ese modo sería lo mismo que empujarnos al abismo. Lo expreso desde el alma, tanto a quienes me votaron como a quienes no lo hicieron: no cuenten conmigo para seguir transitando el camino del desencuentro. Quiero ser el Presidente capaz de descubrir la mejor faceta de quien piensa distinto a mí y quiero ser el primero en convivir con él sin horadar en sus falacias”, dijo en su primer mensaje al Congreso.
Las chances que tuvo para robustecer un liderazgo contra la grieta fueron muchas desde que alcanzó niveles de popularidad aplastantes en el inicio de la pandemia.
Los gobernadores se ofrecieron como base de su jefatura en múltiples oportunidades, incluso cuando el cristinismo comenzó a escalar en las maniobras para esmerilarlo tras la derrota en las PASO de medio término con el alud de renuncias que precipitó el ministro del Interior Eduardo “Wado” de Pedro.
La aprobación del acuerdo con el FMI en el Congreso, en contra del kirchnerismo pero con el respaldo de la oposición, Sergio Massa y los gobernadores alarmados por las consecuencias que podrían devenir de un default, fue tal vez la oportunidad más nítida que tuvo para desmarcarse del madrinazgo de Cristina. También la desperdició.
Los especímenes del heterogéneo ecosistema peronista se replegaron para no ser arrastrados por la crisis de la conducción nacional metropolitana. Una aplicación “sui generis” de la ley de acefalía
La razón cristinista
El menesteroso resultado del albertismo nonato no solo consiste en haber restringido las posibilidades de reelección de Alberto y sus facultades para posicionar un sucesor.
En términos estrictamente políticos, el cristinismo tiene razón cuando lo acusa de no haber cuidado a Cristina.
Además del testimonial antiimperialismo, la contribución de la Vicepresidenta a la sociedad del Frente de Todos fue el caudal electoral de la nutrida feligresía que la idolatra incondicionalmente. A esta base se sumó el aporte del Frente Renovador de Sergio Massa, liberal que había obtenido el 15% en las elecciones presidenciales de 2015.
Hay un detalle importante a considerar. La cosecha massista de 2015 fue a costillas del peronismo y es justamente por eso que Juntos por el Cambio acertó al no sumarlo: tenía que jugar aparte para mermarle a la fórmula Scioli-Zannini para que, en la segunda vuelta, sus votos se trasladaran a Macri-Michetti por afinidad ideológica. En 2019, en cambio, Massa mordía en el macrismo decepcionado, porque complementaba el perfil mesurado y de racionalidad económica de Fernández.
La candidatura de Fernández, que carecía de votos propios y había sido jefe de la decepcionante campaña de Florencio Randazzo en las elecciones bonaerenses de 2017, cerraba el dispositivo con atributos puramente simbólicos de sensatez, para tentar al público refractario de la grieta.
Las características del paquete accionario de cada socio establecía los roles, en un delicado equilibrio de ambiciones. Al Fernández anémico de votos le tocaba hacer lo necesario desde la Presidencia para proteger los de sus socios. Si no podía, o no quería, debía generar los mecanismos para que las eventuales fugas perjudicaran lo menos posible al Frente de Todos y, en definitiva, a sí mismo.
Se lo ungió como presidente del PJ para que gerenciara, pero no solo abdicó de construir un poder propio que compensara el retroceso de Cristina, sino que contribuyó a erosionarla.
La dejó desguarnecida ante el ataque sus enemigos, limitándose a inconducentes defensas retóricas y adulaciones, mientras se encargaba de astillarla en el frente interno.
Pecado mortal en el arte de la política: agredió su base electoral y no capitalizó la descapitalización de su socia, que él mismo abonaba con sus sinuosos procederes.
Los tiros en las patas que evolucionaron a eutanasia política. La corrosión gratuita de su Vicepresidenta termina condenándolo al círculo del canciller Santiago Cafiero, la ministra Victoria Toloza Paz y el “condottiero” Aníbal Fernández.
Cristina no podría a esta altura empoderarlo aunque quisiera.
Fuego cruzado
Traidor para los cristinistas, desertor para los que abrigaban expectativas de un diseño poscristinista –que no necesariamente debía ser anticristinista-, al Presidente le cargan la responsabilidad casi excluyente por la desgraciada peripecia que atraviesa el movimiento peronista.
Bien aconsejaba Perón no quedarse en medio del fuego cruzado. Macri parece haberlo estudiado mejor que Fernández. Su apartamiento deja librada al resultado de las PASO la definición de una oferta de Juntos por el Cambio decididamente volcada a la derecha, tipo Bullrich, o más moderada, al estilo Rodríguez Larreta. En las primarias, las precandidaturas extremas buscarán capturar el electorado libertario de Javier Milei y sus epígonos, para desinflarlos de cara a las generales y sumarlo en el balotaje.
La tóxica guerra intestina y la tozuda debacle económica estrecharon los caminos de los miembros del Frente de Todos para adaptarse al volátil escenario. El potencial que en algún momento tuvo el neomenemismo de Massa se diluye al ritmo de la inflación y la reconfiguración de los espacios, y es notorio que el ministro de Economía se queje de lo mismo que Cristina: las operaciones del gabinete albertista dirigidas a dañarlo. Más facturas para el gerente de los votos.
Acefalía
Los especímenes del heterogéneo ecosistema peronista, de aguzado olfato, se replegaron para no ser arrastrados por la crisis de la conducción nacional metropolitana, en una aplicación “sui generis” de la ley de acefalía.
La mayoría de los gobernadores se desacopló de la Casa Rosada con el desdoblamiento de sus elecciones provinciales.
Los intendentes bonaerenses se atrincheran en sus distritos para resistir el embate de las organizaciones sociales –que son peronistas- o pactar con ellas.
El kirchnerismo parlamenta con intendentes y líderes sociales para tratar de retener el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y la gravitación en el Conurbano.
Las cajas e influencias del camaleónico sindicalismo se reorientan hacia las terminales políticas para lo que se viene.
Son maniobras que prefiguraron el propósito medular de la renuncia de Macri: no quedar entrampado en el cepo de la fractura, cuyo cierre se demoró con la “máscara de Alberto” en 2019. Concordantes, además, con otra máxima muy recurrida que se atribuye al legendario operador Juan Carlos “Chueco” Mazzón: “En el peronismo hay algo peor que la traición: el llano”.
Ver también en El Estaño
https://elestanio.com.ar/el-corral-y-la-granada/
https://elestanio.com.ar/cristina-y-macri-en-la-metamorfosis/