El relato del “renunciamiento” camufla la defección de Macri para no dejarse contar las costillas en la interna del PRO
Cuando callan lo obvio, las omisiones son más elocuentes que las palabras. Los esfuerzos para instalar la salida de Mauricio Macri como un “renunciamiento” a la candidatura presidencial en beneficio del colectivo Juntos por el Cambio naufragan sin remedio en lo evidente.
Lo que hizo en realidad es retirarse de una pelea por el liderazgo del PRO de resultado incierto, en la que estaba obligado a obtener un triunfo aplastante para evitar cualquiera de dos resultados perniciosos para él: la derrota, en el peor de los casos, o la legitimación en las urnas de una figura que, aún derrotada, quedara en condiciones de controvertirlo dentro de su propio partido.
El blindaje mediático y el control sobre el PRO le han proporcionado al ingeniero coartadas para justificarse por el catastrófico saldo de su gestión. Frágiles, inconsistentes, pero de todas formas adecuadas para permitirle perpetrar sus ensayos autobiográficos «Segundo tiempo» y “Para qué”, adoptados como una especie de “La Razón de mi Vida” por el macrismo cerril, en la misma línea de apropiamiento simbólico del célebre renunciamiento de Eva Perón que intenta ahora.
El afianzamiento de facciones heréticas en el partido que fundó lo coloca ante desafíos concretos a una jefatura que permanecía indiscutible. Encabeza estas indisciplinas el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta, quien al despliegue para proyectarse personalmente suma relaciones cada vez más armónicas con la entonada UCR y sobre todo con su presidente, el gobernador jujeño Gerardo Morales.
Esta confluencia entre larretistas y radicales es nítida en el propio territorio original del PRO.
Para desistir de la pelea interna, Macri puso como condición que Larreta baje sus postulantes a la Jefatura de Gobierno de CABA y los enfile con su primo, Jorge Macri. Pero la cabeza más consistente que debería rodar para que Macri primo se consagre sin disidencias no es larretista, sino radical: el senador Martín Lousteau, protagonista de una interesante peripecia desde que ideó las polémicas retenciones móviles al campo en 2008, como ministro de Economía de Cristina Kirchner, hasta la actual expectativa que genera entre los radicales para suceder a Larreta en la alcaidía porteña.
Lousteau ha dicho que no resigna sus pretensiones y Larreta, tras las celebraciones protocolares a la generosidad y el genio estratégico de Macri por el “renunciamiento”, reforzó el elemento medular de su discurso: la necesidad de superar la grieta, meta imposible si Macri, uno de los polos de tensión, continúa estelarizando la marquesina.
La prédica del Jefe de Gobierno es incompatible con la continuidad de Macri.
Macri evitará que le cuenten las costillas en una coyuntura inconveniente, argucia que de ningún modo puede considerarse novedosa
Alianza antimacrista
Si aceptara subirse al ring, lo más probable es que Macri tuviera que confrontar en las PASO con una alianza entre larretistas potenciados por la estructura nacional del radicalismo. Esto es: el radicalismo, o gran parte de él, le prestaría a Larreta el mismo servicio que le prestó a Macri en 2015.
La otra amenaza que se cierne sobre el exmandatario es Javier Milei, que le restaría más votos a él que a cualquiera de sus eventuales antagonistas en las PASO.
De esta batalla hipotética, Macri saldría derrotado o con su liderazgo severamente mellado, salvo que consiguiera una victoria con guarismos tan rotundos que terminaran con cualquier vestigio disidente.
Sintéticamente: Macri evitará que le cuenten las costillas en una coyuntura inconveniente. La seleccionada para suplantarlo en la contienda es Patricia Bullrich, que preside el PRO.
Macri y Cristina difieren en todo, menos en su magnanimidad para los renunciamientos. Al final, la casta había sabido estar llena de filántropos
La argucia macrista de ningún modo puede considerarse novedosa.
El rechazo a verificar en elecciones su volumen político es análogo al de Carlos Menem en 2003, que pese a haber ganado la primera vuelta de las presidenciales, por estrecho margen, dimitió del balotaje con Néstor Kirchner. De este modo, le impidió al santacruceño revertir la exigüidad de sus votos en el balotaje mano a mano y demoró su consolidación como jefe del peronismo, que recién pudo coronar en 2005, con el triunfo de Cristina Kirchner sobre Hilda “Chiche” Duhalde en Buenos Aires y la colonización definitiva del aparato bonaerense.
Resonancias peronistas más claras tiene el concepto de “renunciamiento” que las usinas macristas –o “mauricistas”- se empecinan en proponer a la credulidad general. No solo por el de la legendaria Evita en el ’52, siempre recurrido por la liturgia justicialista. Los kirchneristas anotan dos en la hagiografía de Cristina Mártir.
El de 2019, cuando abdicó de ser, no ya candidata, sino Presidenta, a favor de Alberto Fernández. El Ingrato, y el del de 2022, cuando anunció que no será candidata “a nada” para no contaminar al Frente de Todos con la condena por corrupción que se dictó en su contra y el “lawfare” que la tiene por objeto.
Macri y Cristina difieren rabiosamente en todo, menos en su magnanimidad para los renunciamientos.
Al final, la casta desmiente a Milei. Había sabido estar llena de filántropos.
Ver también en El Estaño
https://elestanio.com.ar/mas-desertor-que-traidor/
https://elestanio.com.ar/presion-hacia-el-centro/